
En mi caso recuerdo comenzar a fijarme en los chicos en plena adolescencia, a los 15 o 16 años, una de las etapas que recuerdo con menos cariño de mi vida, la etapa del instituto en la que yo era el empollón gordito, con gafas y ortodoncia, blanco perfecto para las burlas de los compañeros más chulitos de la clase, y a todo esto había que sumarle que tenía pocos amigos, odiaba los deportes y siempre me juntaba con las chicas.
Recuerdo fijarme en los más guapos y atléticos del instituto con ansia de parecerme a ellos, porque yo no me quería, porque no era feliz con mi aspecto y observaba a los chicos en clase de educación física como saltaban más que yo, como corrían más que yo, y como las chicas de clase suspiraban por ellos… y yo quería ser así.
Yo siempre fui el gordito simpático, amigo de las chicas, gracioso y alegre, pero nunca conseguía ser más que ello, porque los chulitos de clase eran los que se llevaban sus miradas y los que aparecían en corazones en las agendas de mis compañeras.

Pronto comenzaron a nacer mis dudas, ¿me gustan los chicos? Si, pero ya se me pasará. Y así pasé el instituto, con ese debate interior que me hacía creer que era algo bisexual, pero nunca gay.Aquellos pensamientos y dudas no me corroían, pero jamás lo comenté con nadie. Era un problema mío, algo pasajero, no valía la pena tomarlo en serio, y no tenía a nadie a quién contárselo, ni había ningún gay en mi entorno, estaba sólo con mi “problema”.
Fue al finalizar el instituto que conocí a una chica, una chica especial, que me hacía sentir bien, que me hacía sentir hombre, y a la que traté como merecía con cariño y comprensión, una amiga especial, que al poco de conocernos me dijo que era bisexual, y a la que yo contesté…”yo…también.” Era la primera persona a la que se lo contaba, y me dio la confianza para ello.
Al poco de comenzar a salir con ella me quiso llevar de fiesta para conocer a dos de sus amigos, que casualmente eran gays. Recuerdo aquella noche perfectamente. Me senté frente a ellos en una terraza, charlamos, tomamos algo, yo nunca había hablado con ningún gay, y al principio estaba nervioso, pero me iba sintiendo cómodo a medida que avanzaba la conversación, y la noche. Vi que no era el único que tenía ese “problema”, que había más chicos como yo, a los que les gustaban los hombres, y más tarde al entrar en una discoteca de ambiente, mi primera vez, y vi que allí había decenas de chicos “con mi problema”, mis dudas desaparecieron. Ya sabía que era gay, pero esa noche lo acepté y lo asumí. No estaba solo, mi problema era más común de lo que pensaba.

Esa noche no dormí, no podía, acababa de tener una revelación que iba a cambiar mi vida para siempre.
Al día siguiente se lo comenté a mi chica. Tuve que dejarla. Lo entendió, y desde ese mismo día supe, y acepté, que era gay, que no era algo pasajero, que eso nunca cambiaría, y que nunca cambiará.